Emparenta su misión con el robo del fuego que hizo Prometeo, arrebatándoselo a los dioses para entregárselo a los hombres. Y bien cara que pagó su osadía: fue encadenado a una roca donde cada día un águila devoraba su hígado que volvía a crecer por la noche para que su tortura fuera eterna. ITER es probablemente el mayor proyecto de ciencia e ingeniería de la historia de la humanidad; así que algo de mítico (en el sentido de que merece admiración extraordinaria, no porque sea una narración ficticia) sí que tiene el trabajo de Alex Martín. El objetivo de quienes trabajan en ITER es demostrar la viabilidad científica y tecnológica de la fusión nuclear. O, como explica Bernard Bigot, su director general: “queremos demostrar que el fenómeno que sucede en las estrellas y en el sol, es decir la fusión de los núcleos de hidrógeno, es manejable en la Tierra.
ITER significa camino en latín, un nombre que remite a una dirección y un destino, puesto que de conseguirse significaría que hemos encontrado una fuente de energía limpia e inagotable, ya que el hidrógeno es una de las sustancias que más abundan en el universo. Las cifras de una investigación de semejante tamaño son igualmente apabullantes: miles de ingenieros y científicos han trabajado desde el lanzamiento de la idea en 1985, hay 35 países colaborando en las investigaciones (todos los de la Unión Europea más Estados Unidos, Japón, Rusia, China, India y Corea del Sur), las inversiones superarán los 20.000 millones de euros, el reactor experimental (llamado Tokamak) se está construyendo en una parcela de 42 hectáreas en el sur de Francia, y para terminarlo se necesitará el ensamblaje de más de un millón de piezas diferentes según Bigot. “Ningún país del mundo en solitario puede permitirse proveer este equipo en un tiempo razonable” asegura el director general; de hecho uno de los mayores riesgos que afronta el proyecto, dice, es que alguno de los países miembros decida abandonarlo o no cumpla sus compromisos.
Según la propia descripción del ITER sobre sus investigaciones, deben cumplirse tres condiciones para lograr la fusión en un laboratorio: temperatura muy alta (unos 150 millones de grados, diez veces más que en el núcleo solar); suficiente densidad de partículas de plasma (para aumentar la probabilidad de que se produzcan colisiones); y suficiente tiempo de confinamiento (para mantener el plasma, que tiene propensión a expandirse). Si a pesar de la complejidad logística, científica e incluso política los plazos se cumplen según lo previsto, en diciembre de 2025 se podrá poner en funcionamiento el Tokamak para realizar los primeros experimentos bautizados como “el Primer Plasma”. Y solo tres décadas después, en 2055, la electricidad producida a través de la fusión podría llegar a los hogares. Sería un avance gigantesco. Uno de los mayores a nivel tecnológico de nuestra especie. Alex Martín vuelve a recurrir a una frase rotunda para expresarlo: “Aunque suene muy grandilocuente, nos estamos jugando el futuro de la humanidad a largo plazo.